El Real Madrid ganó en Mallorca con la ley del mínimo esfuerzo y se subió al chárter de regreso a la capital de España pensando, esa misma noche de sábado, en cómo asaltar un estadio maldito en el que no ha estado ni cerca de ganar. Dos veces le han metido cuatro y apenas un par de empates en tiempos en los que Guardiola era una utopía para ocupar el banquillo citizen.

El caso es que con las rotaciones en el once que jugó en Son Moix, los famosos nueve días de descanso para preparar la ida y el Clásico en el horizonte del final de semana a Miguel Ángel Toribio se le ocurrió preguntarle a Carlo Ancelotti por la parcela física, por el ritmo de juego de un equipo cuya principal seña de identidad, así nos lo habían vendido a principio de campaña, era la capacidad para presionar sin desmayo, para correr a la contra y para que al rival los noventa minutos de juego le pareciesen novecientos. Clasificarse en Manchester por pulmones.

Ancelotti, que se las sabe todas, negó la mayor y a mi me sorprendió, he de reconocer. Apeló a la actitud, al juego y a esas otras cosas necesarias igualmente en una eliminatoria de estas características que se resumen como actitud aunque se pueden detallar como concentración, valentía, rigor, ambición, etc.

Y creo que tiene razón. Ancelotti, para ganar, debe reivindicar su idea de fútbol que pasa, sí, por sudar la camiseta, pero sobre todo por desnaturalizar a un equipo, el de Guardiola, que al calor de su público no se muestra tan cauto y prudente como lo hizo en el Bernabéu.

Rodri no va a descansar el miércoles como bromeó Pep. La defensa recupera efectivos para frenar a Vinicius, principal temor skyblue, y la única duda, por sorprendente que parezca, es si De Bruyne es tan necesario teniendo en cuenta su enorme capacidad creativa y goleadora, pero con notables despistes defensivos que cuestan contras peligrosas, sobre todo ante este Madrid que tendrá que replicar y duplicar en el Etihad la primera parte del Bernabéu.